REFORMA AGRARIA

REFORMA AGRARIA

 origen en una revolución popular de gran envergadura y se desarrolló en tiempos de la guerra civil. A lo largo de un extenso período se entregaron a los campesinos más de 100 millones de hectáreas de tierras, equivalentes a la mitad del territorio de México y a cerca de las dos terceras partes de la propiedad rústica total del país, con los que se establecieron cerca de 30 000 ejidos y comunidades que comprendieron más de 3 millones de jefes de familia. Sin embargo, la reforma no logró el bienestar perseguido, y los campesinos a los que llegó viven hoy en una pobreza extrema. El deterioro paulatino del sector rural se prolongó hasta 1992, cuando se consiguió reorientar cabalmente el desarrollo rural. La reforma agraria quedó inconclusa, y sus objetivos sociales y económicos no se alcanzaron. Pese a estas limitaciones, la experiencia reformista fue determinante y produjo efectos que conviene analizar para discernir nuevas alternativas. Ni desastre ni triunfo, la reforma es un proceso abierto pero imperfecto; sus soluciones de mediano plazo solo serán viables si se logran de inmediato los acuerdos nacionales y se inician los programas destinados a conducir la reforma a su término.
 
CARACTERÍSTICAS DEL PROCESO REFORMISTA
La reforma agraria se desarrolló como un proceso de formación de unos minifundios cuya producción era insuficiente para satisfacer plenamente las necesidades de las familias campesinas. Los campesinos que luchaban por la obtención de tierras pedían tierras de cultivo, y querían conseguir la seguridad alimentaria y la autonomía mediante el consumo directo de alimentos básicos de producción propia.
 

Del latín agrarĭus, agrario es lo perteneciente o relativo al campo. El término también se utiliza para nombrar a la política que defiende los intereses del sector de la agricultura


 
Agricultura y desarrollo económico global.
 
Desde los años 60 parece universalmente aceptado, o al menos por una mayoría muy amplia, que no es posible un análisis aislado de las reformas agrarias, sino que ha de hacerse integrado en el ámbito económico en que ésta se inscribe, y sólo así será posible una comprensión global de la misma.
En tal dirección cabría señalar tres grandes preocupaciones: la relación entre cambio agrícola y expansión demográfica, la incidencia sobre la distribución sectorial de la mano de obra, así como sus repercusiones y, por último, su nexo con las posibilidades de acumulación de capital.
Probablemente, el tema de la población es el que tiene unas manifestaciones más notables, y ha generado un discurso con una vasta tradición. La cuestión estaba ya presente, desde el siglo XVIII, en la reflexión de la fisiocracia y en los trabajos de Quesnay, así como en el pensamiento malthusiano. Tan larga trayectoria ha dado lugar, en la actualidad, a una abundante bibliografía, así como a un amplio debate (3), del que no podemos ocuparnos aquí.
Ahora bien, siempre que se habla de la contribución de la agricultura al desarrollo económico del conjunto se parte de la premisa de que es condición necesaria -aunque no suficiente- una acumulación en aquella para que se dé el segundo.
El primer asunto que ello suscita es el de la cantidad de gente ocupada en el campo. Es sabido que en las primeras etapas del desarrollo entre el 60 y el 80 % de la población activa está dedicada a la agricultura, creando una alta proporción del ingreso nacional.
Pero durante un tiempo, mientras desciende porcentualmente la mano de obra empleada en este sector, su valor en términos absolutos continúa aumentando (Figura nº 1). La manera y el ritmo como se resuelva tal desfase condicionará las posibilidades de crecimiento global, que se verán limitadas por la aparición de rendimientos decrecientes, debidos al incremento progresivo del número de individuos empleados sobre un factor limitado como es la tierra. Los mecanismos arbitados para paliar tales inconvenientes han avanzado por dos caminos. Por un lado, la roturación de nuevas tierras, lo que no siempre es factible, y con frecuencia peligroso a largo plazo, eventualidad sobre la que ya había advertido la Conferencia Mundial sobre la Reforma Agraria de 1966. La otra alternativa es buscar métodos que permitan la intensificación de los cultivos.
Desde esta óptica, la Reforma Agraria puede aparecer como una condición inexcusable para propiciar el desarrollo económico general, retardado por la falta de acumulación en el sector primario que obedece al crecimiento absoluto de la población -aunque porcentualmente decrezca-. Este hecho amplía considerablemente el abanico de los interesados objetivamente en una transformación profunda de la agricultura.
Junto a ello, y en íntima relación, habría que considerar los efectos de la distribución sectorial de la mano de obra sobre la potencial expansión del mercado. El problema más notorio, mientras una parte importante de la población se encuentre en la agricultura, es la debilidad de la demanda global y, como consecuencia de la precariedad de los ingresos, la escasa capacidad de acumulación.
Por ejemplo, cuando a mediados de los 70 la India tenía un 70 % de población agrícola, una familia media de cinco miembros tenía un mercado potencial de dos personas. Debería reducirse a un 40 % para que llegase a ser de 7'5 o al 20 % para que alcanzase las 20. Obviamente, en la primera situación una parte muy importante de la producción se dedica a la subsistencia.
Un desplazamiento de la población hacia otros sectores productivos -lo que podría propiciarse mediante la Reforma Agraria- repercutiría sobre el volumen y la configuración de la demanda por diferentes vías.
Por un lado, la ampliación del mercado a abastecer posibilitaría el incremento de los ingresos, lo que podría transformarse en acumulación o en requerimiento de productos no agrícolas, creando, por cualquiera de los dos caminos, condiciones para el aumento general de la producción.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
FUENTES DE INFORMACION:
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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